Un equipo de científicos del Biozentrum de la Universidad de Basilea (Suiza) concluye en su último estudio publicado en la revista Neuron que el aprendizaje en cuanto a la relevancia de las imágenes que vemos cada día modifica nuestras redes neuronales del cerebro, aprendiendo a distinguir lo que es importante de lo banal.
Así, la forma en la que percibimos nuestro entorno, sobrecargado de estímulos habitualmente, se ve influenciada por filtros de relevancia e irrelevancia que clasifican y procesan todos los estímulos; por ello, lo que hemos visto y aprendido con anterioridad ayuda a nuestro cerebro a actuar de forma más efectiva y más rápidamente.
El ejemplo más representativo se encuentra a la hora de conducir con la diferencia de reacción entre los conductores experimentados y los principiantes. Los primeros cuentan con experiencia evaluando las diferentes situaciones de tráfico. Los principiantes necesitan más tiempo para procesar la información y clasificarla. La forma de optimizar estas reacciones es tan simple como el aprendizaje.Los investigadores realizaron un experimento con ratones, examinando la corteza visual cerebral de los roedores (la zona responsable de la transformación y la percepción de los estímulos visuales) mientras estos corrían en un entorno de realidad virtual con varias imágenes y una de ellas asociada a una recompensa. Tras una semana, los ratones aprendieron a filtrar entre todas las imágenes y su actividad cerebral también se transformó. El aprendizaje motivó que muchas más neuronas reaccionaran a estímulos importantes (la recompensa).
“De un día para otro, la respuesta de las neuronas a las imágenes se hizo cada vez más distinguible y confiable. Pero, sorprendentemente, la expectativa de un estímulo, incluso antes de que aparezca, y la anticipación de una recompensa también alteran la actividad de las células cerebrales específicas. Esto significa que, de un momento a otro, nuestro cerebro puede procesar el mismo estímulo de manera muy diferente”, explica Adil Khan, coautor del estudio.
El trabajo también ha evidenciado que no solo es la corteza visual la que procesa las imágenes sino que también otras regiones del cerebro se activan e influyen a la hora de clasificar la información visual: “Esto significa que nuestro conocimiento previamente aprendido, nuestras expectativas, y el contexto en que estamos pueden tener un gran impacto en nuestra percepción visual del entorno”, aclara Sonia Hofer, líder del estudio.
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