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Neuromanagement: Inteligencia Social

Extracto del libro "inteligencia Social" de Daniel Goleman (1)

Mi Radar Social
Durante los días que precedieron a la segunda invasión americana de Irak, un puñado de soldados se encaminó hacia una mezquita local para hablar con el imán con la intención de recabar su apoyo para organizar el abastecimiento de las tropas. Pero la multitud, temerosa de que los soldados fuesen a arrestar a su imán o destruir la mezquita, un santuario sagrado, no tardó en congregarse en las proximidades del templo.  Centenares de musulmanes devotos rodearon entonces a los soldados
gritando y levantando los brazos mientras se abrían paso entre el pelotón, armado hasta los dientes. El oficial que estaba al mando de la operación, el teniente coronel Christopher Hughes, cogió entonces rápidamente un megáfono y, dirigiéndose a sus soldados, les ordenó ¡Rodilla en tierra!. Luego les invitó
a dirigir hacia el suelo el cañón de sus fusiles y, por último, les gritó ¡Sonrían!. 

En ese mismo instante, el estado de ánimo de la muchedumbre experimentó un cambio. Es cierto que algunos todavía gritaban, pero la inmensa  mayoría sonreía y hasta unos pocos se atrevieron a palmear la espalda de los soldados, mientras Hughes les ordenaba recular lentamente sin dejar de sonreír.

Esa respuesta rápida e inteligente culminó un vertiginoso ejercicio de cálculo social que Hughes se vio obligado a realizar en fracciones de segundo y en el que tuvo que leer el nivel de hostilidad de la muchedumbre, estimar la obediencia de sus soldados, valorar la confianza que tenían en él, descubrir una respuesta instantánea que, trascendiendo las barreras culturales y de lenguaje, calmase a la multitud y atreverse a llevarla a la práctica. Esta capacidad, junto a la de entender a las personas, son dos de los
rasgos distintivos que deben poseer los policías (y también, obviamente, los militares que  se ven obligados a  tratar con civiles  iracundos).

Independientemente de lo que pensemos sobre la campaña militar en cuestión, ese incidente pone claramente de relieve la inteligencia social del cerebro para enfrentarse exitosamente a situaciones tan complejas y caóticas como la mencionada.  Los circuitos neuronales que sacaron a Hughes de ese apuro fueron los mismos que se activan cuando, en mitad de un callejón desierto, nos cruzamos 
con un desconocido de aspecto siniestro y decidimos seguir adelante o escapar corriendo. Son muchas las vidas que, a lo largo de la historia, ha salvado ese radar interpersonal y aun hoy en día sigue siendo esencial para la supervivencia. De manera bastante menos urgente, los circuitos sociales de nuestro
cerebro se ponen en marcha en cualquier encuentro interpersonal, con independencia de que nos hallemos en el aula, en el dormitorio o en la sala de ventas. Estos circuitos están activos cuando la mirada de los amantes se cruza y se besan por vez primera, cuando reprimimos el llanto y también explican la intensidad de una charla apasionante con un amigo.

Descubriendo el cerebro social
El descubrimiento más importante de la neurociencia es que nuestro sistema neuronal está programado para conectar con los demás, ya que el mismo diseño del cerebro nos torna sociables, al establecer inexorablemente un vínculo intercerebral con las personas con las que nos relacionamos. 

Cuanto mayor es el vínculo emocional que nos une a alguien, mayor es también el efecto de su impacto. Es por ello que los intercambios más intensos son los que tienen que ver con las personas con las que pasamos día tras día y año tras año, es decir, las personas que más nos interesan.  Durante esos acoplamientos neuronales, nuestro cerebro ejecuta una danza emocional, una suerte de tango de sentimientos. En este sentido, nuestras interacciones  sociales  funcionan  como moduladores,  termostatos interpersonales que  renuevan de continuo aspectos esenciales del funcionamiento cerebral que orquesta nuestras emociones. 

Las sensaciones resultantes son muy amplias y repercuten en todo nuestro cuerpo, enviando una descarga hormonal que regula el funcionamiento de nuestra biología, desde el corazón hasta el sistema inmunitario. 

Las relaciones interpersonales no sólo configuran nuestra experiencia, sino también nuestra biología. Ese puente intercerebralpermite que nuestras relaciones más intensas nos influyan de formas muy diversas, desde las  más leves (como reírnos de los mismos chistes) hasta otras mucho más profundas (como los genes que activarán o no las células T, los soldados de infantería con que cuenta el sistema imunológico en su constante batalla contra las bacterias y los virus invasores).
Pero este vínculo es un arma de doble filo porque, si bien las relaciones positivas tienen un impacto beneficioso sobre nuestra salud, las tóxicas pueden, no obstante, acabar envenenando lentamente nuestro cuerpo.

El estudio de la esta disciplina del Neuromanagement, la Inteligencia Social, responde a una serie de preguntas que nacen del sentido común:

¿Qué hace un psicópata peligrosamente manipulador? ¿Cómo podemos contribuir a la felicidad de nuestros hijos? ¿Cuál es el fundamento de un matrimonio positivo? ¿De qué modo pueden las relaciones protegernos de la enfermedad? ¿Qué puede hacer el maestro o el líder para que el cerebro de sus discípulos o empleados funcione mejor? ¿Cómo pueden aprender a convivir grupos separados por el odio? ¿De qué modo podemos servirnos de todos los nuevos hallazgos para construir una sociedad que aliente lo que realmente nos importa?
La Economía Emocional
Nuestra vida diaria transcurre en un sinnúmero de interacciones, algunas de ellas significativas, que implican un mayor compromiso emocional y otras que no crean compromiso. A este juego de intercambios emocionales Goleman le llama "economía emocional". 

La economía emocional, es el balance de ganancias y pérdidas internas que experimentamos en una determinada conversación, con una determinada persona o en un determinado día. Es por ello que el saldo de sentimientos que hayamos intercambiado determina, al caer la noche, la clase de día  bueno o malo que hayamos tenido.

Esta economía interpersonal se halla presente en cualquier interacción social que vaya acompañada de una transferencia de sentimientos  es decir,casi siempre. Son muchas las versiones que asume esta especie de judo interpersonal, pero todas ellas se reducen a la capacidad de transformar el estado de ánimo de los demás y viceversa. Cuando le hago fruncir el ceño, evoco en usted la preocupación y, cuando usted me hace sonreír, me siento feliz, en un intercambio oculto en el que las emociones pasan de una persona a otra, esperanzadoramente con las mejores intenciones.

Las explosiones emocionales pueden convertir a un mero espectador en la víctimainocente del estado negativo de otra persona. Durante esas situaciones, nuestro cerebro busca automáticamente indicios 
de peligro, generando un estado de hipervigilancia generado básicamente por la activación de la amígdala, una región en forma de almendra que se halla ubicada en el cerebro medio y desencadena las respuestas de lucha, huida o paralización ante el peligro.

Así es como la atención, impulsada por la amígdala, se centra en los indicios emocionales. Y esta intensificación de la atención constituye una especie de lubricante del contagio, alentando nuestra susceptibilidad a las emociones ajenas y acentuando también, en consecuencia, su efecto. Hablando en términos generales, la amígdala constituye una especie de radar cerebral que  llama nuestra atención hacia  las cosas nuevas, desconcertantes o de las que tenemos algo que aprender.

La Percepción de las Emociones
París, 1895. Un puñado de almas aventureras se han atrevido a asistir a una exhibición pionera de los hermanos Lumière, expertos en el nuevo campo de la fotografía. Por primera vez en la historia, los Lumière iban a presentar una  película cinematográfica, una imagen en movimiento que representaba, en el más absoluto silencio, la llegada de un tren a una estación envuelto en vapor y acercándose al público. Fueron muchos los espectadores de esa auténtica  première los que, cuando la película se proyectó, gritaron y se agazaparon despavoridos bajo sus asientos. Nadie había visto nunca imágenes en movimiento, por lo que la ingenua audiencia no podía sino interpretar como real la escalofriante aparición en la pantalla. Quizás ese momento haya sido el acontecimiento más mágico y poderoso de toda la historia del cine, porque ninguno de los espectadores sabía todavía que lo que su ojo estaba viendo no era más que una ilusión.

Algunos de los mecanismos neuronales implicados en este contagio pantalla-espectador fueron identificados por un equipo de investigación israelí, que mostró secuencias del espagueti western de los setenta El bueno, el feo y el maloa voluntarios que se hallaban conectados a un RMNf. En el que quizás sea el único artículo de los anales de la neurociencia en contar con la curiosa contribución de Clint Eastwood, los investigadores llegaron a la conclusión de que la película jugaba con el cerebro de los espectadores como si de una marioneta neuronal se tratase.

La audiencia se comporta como si fueran marionetas neuronales, porque lo que ocurre en un determinado momento en el cerebro de un espectador sucede también en todos los demás. De este modo, la acción desplegada en la pantalla es la música que desencadena idéntica danza en el cerebro de todos los  presentes. 

Como dice un proverbio muy utilizado en el campo de la sociología: Una cosa es real cuando lo son sus consecuencias. Y es que, si el cerebro reacciona del mismo modo ante un escenario real que ante uno imaginario, lo que imaginamos tiene consecuencias biológicas. La vía inferior es la que
determina nuestra respuesta emocional. La única excepción a esta especie de guiñol parece estar ligada a las áreas  prefrontales de la vía superior, que albergan los centros ejecutivos del cerebro y
posibilitan el pensamiento crítico (incluida la idea de que Esto no es más que una película).

Intuir la insinceridad
Poco a poco las neurociencias comienzan a develar el misterio de la intuición. Su raíz biológica se situaría en la amígdala, y es ella la responsable de conectarnos en forma inmediata con los sentimientos. La intuición nos permite juzgar las situaciones pero no verbalizarlas, ¿cómo? 

La intuición utiliza el lenguaje de las sensaciones, el cuerpo es su lenguaje. 

Veamos el ejemplo gráfico a través de Goleman.

En cierta ocasión, una amiga me dijo que, la primera vez que habló con el hombre que acababa de alquilarle el piso, supo que no debía confiar en él. Y, a decir verdad, la misma semana en que tenía que mudarse se enteró de que se había echado atrás y se quedó compuesta y sin casa y obligada a poner el caso en manos de un abogado. Ella sólo le había visto el día en que fue a visitar la casa y se lamentaba diciendo: En cuanto lo vi advertí algo en él y supe que iba a tener problemas.  

Ese algo en él refleja el funcionamiento de las vías superior e inferior operando como una especie de sistema de alarma de la insinceridad. Existen circuitos especializados en la sospecha que difieren de los empleados en los casos de la empatía y el rapport y cuya misma existencia pone de relieve la importancia de la detección de la mentira en los asuntos humanos. 

La amígdala escruta de manera automática y compulsiva a todas las personas con quienes nos relacionamos para saber si podemos o no confiar en ellas. ¿Es seguro acercarse a esta persona?  ¿Es peligroso?  ¿Puedo confiar realmente en ella? Los pacientes neurológicos que han padecido una grave
lesión en la amígdala son incapaces de determinar si pueden o no confiar en alguien y, cuando se les muestra una fotografía de un hombre a quien la gente suele encontrar altamente sospechoso, lo valoran igual que otros en quien casi todos confían.

El sistema que nos advierte si podemos confiar o no en alguien discurre a través de dos ramales neuronales diferentes, la vía superior y la vía inferior. La primera se pone en marcha cuando tratamos de determinar intencionalmente si alguien es merecedor o no de nuestra confianza. Pero,  independientemente de lo que pensemos al respecto, la amígdala está operando de continuo bajo el umbral de la conciencia cumpliendo con una función claramente protectora.   

Referencias
(1) Daniel Goleman. Inteligencia Social: La Nueva Ciencia de las Relaciones Humanas. En http://books.google.com.ar/books?id=5UGQKQwAPIkC&printsec=frontcover&dq=daniel+goleman+inteligencia+social&hl=es&sa=X&ei=Z3_DUfLvEcPSiwLSkoHADw&ved=0CC4Q6AEwAA#v=onepage&q=daniel%20goleman%20inteligencia%20social&f=false

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