Fuente y extracto: Daniel Goleman, Inteligencia Emocional
ENTRADAS SIMILARES
Neuromanagement: Entrenar el Cerebro Emocional para Decidir Mejor
Empatía, Cualidad del Cerebro Femenino
El Liderazgo Emocional, por Daniel Goleman
La
ciencia psicológica sabía muy poco —si es que sabía algo— sobre los mecanismos
de la emoción.
Pero el
aporte de datos neurobiológicos nos permite comprender con mayor
claridad que nunca la manera en que los centros emocionales del cerebro nos
incitan a la rabia o al llanto, el modo en que sus regiones más arcaicas nos
arrastran a la guerra o al amor y la forma en que podemos canalizarlas hacia el
bien o hacia el mal.
Para escribir este libro he tenido que
aguardar a que la cosecha de la ciencia fuera lo suficientemente fructífera.
Este conocimiento ha tardado tanto en llegar porque, durante muchos años, la
investigación ha soslayado el papel desempeñado por los sentimientos en la vida
mental, dejando que las emociones fueran convirtiéndose en el gran continente
inexplorado de la psicología científica. Y todo este vacío ha propiciado la
aparición de un torrente de libros de autoayuda llenos de consejos bien
intencionados, aunque basados, en el mejor de los casos, en opiniones clínicas
con muy poco fundamento científico, si es que poseen alguno. Pero hoy en día la
ciencia se halla, por fin, en condiciones de hablar con autoridad de las
cuestiones más apremiantes y contradictorias relativas a los aspectos más
irracionales del psiquismo y de cartografiar, con cierta precisión, el corazón
del ser humano.
Esta
tarea constituye un auténtico desafío para quienes suscriben una visión
estrecha de la inteligencia y aseguran
que el CI (CI: coeficiente o cociente intelectual) es un dato genético que no
puede ser modificado por la experiencia vital y que el destino de nuestras
vidas se halla, en buena medida, determinado por esta aptitud. Pero este
argumento pasa por alto una cuestión decisiva: ¿qué cambios podemos llevar a
cabo para que a nuestros hijos les vaya bien en la vida? ¿Qué factores entran
en juego, por ejemplo, cuando personas con un elevado CI no saben qué hacer
mientras que otras, con un modesto, o incluso con un bajo CI, lo hacen
sorprendentemente bien? Mi tesis es que esta diferencia radica con mucha
frecuencia en el conjunto de habilidades que hemos dado en llamar inteligencia
emocional, habilidades entre las que destacan el autocontrol, el entusiasmo, la
perseverancia y la capacidad para motivarse a uno mismo.
ARQUITECTURA
EMOCIONAL DEL CEREBRO
Llegar a comprender la interacción de
las diferentes estructuras cerebrales que gobiernan nuestras iras y nuestros
temores —o nuestras pasiones y nuestras alegrías— puede enseñarnos mucho sobre
la forma en que aprendemos los hábitos emocionales que socavan nuestras mejores
intenciones, así como también puede mostrarnos el mejor camino para llegar a
dominar los impulsos emocionales más destructivos y frustrantes. Y, lo que es
aún más importante, todos estos datos neurológicos dejan una puerta abierta a
la posibilidad de modelar los hábitos emocionales de nuestros hijos.
Si
existe una solución, ésta debe pasar necesariamente, en mi opinión, por la
forma en que preparamos a nuestros jóvenes para la vida. En la actualidad
dejamos al azar la educación emocional de nuestros hijos con consecuencias más
que desastrosas. Como ya he dicho, una posible solución consistiría en forjar
una nueva visión acerca del papel que deben desempeñar las escuelas en la
educación integral del estudiante, reconciliando en las aulas a la mente y al
corazón.
¿PARA QUÉ SIRVEN
LAS EMOCIONES?
Cuando los sociobiólogos buscan una
explicación al relevante papel que la evolución ha asignado a las emociones en
el psiquismo humano, no dudan en destacar la preponderancia del corazón sobre
la cabeza en los momentos realmente cruciales. Son las emociones —afirman— las
que nos permiten afrontar situaciones demasiado difíciles —el riesgo, las
pérdidas irreparables, la persistencia en el logro de un objetivo a pesar de
las frustraciones, la relación de pareja, la creación de una familia, etcétera—
como para ser resueltas exclusivamente con el intelecto. Cada emoción nos
predispone de un modo diferente a la acción; cada una de ellas nos señala una
dirección que, en el pasado, permitió resolver adecuadamente los innumerables
desafíos a que se ha visto sometida la existencia humana. En este sentido,
nuestro bagaje emocional tiene un extraordinario valor de supervivencia y esta
importancia se ve confirmada por el hecho de que las emociones han terminado
integrándose en el sistema nervioso en forma de tendencias innatas y
automáticas de nuestro corazón.
Cualquier
concepción de la naturaleza humana que soslaye el poder de las emociones pecará
de una lamentable miopía.
En esencia, todas
las emociones son, en esencia, impulsos que nos llevan a actuar, programas de
reacción automática con los que nos ha dotado la evolución.
Basta con observar a los niños o a los
animales para darnos cuenta de que las emociones conducen a la acción; es sólo
en el mundo «civilizado» de los adultos en donde nos encontramos con esa
extraña anomalía del reino animal en la que las emociones —los impulsos básicos
que nos incitan a actuar— parecen hallarse divorciadas de las reacciones.
La aparición de nuevos métodos para
profundizar en el estudio del cuerpo y del cerebro confirma cada vez con mayor
detalle la forma en que cada emoción predispone al cuerpo a un tipo diferente
de respuesta:
·
El enojo aumenta
el flujo sanguíneo a las manos, haciendo más fácil empuñar un arma o golpear a
un enemigo; también aumenta el ritmo cardiaco y la tasa de hormonas que, como
la adrenalina, generan la cantidad de energía necesaria para acometer acciones
vigorosas.
·
En el caso del miedo, la sangre se retira del rostro (lo que explica la palidez y
la sensación de «quedarse frío») y fluye a la musculatura esquelética larga
—como las piernas, por ejemplo- favoreciendo así la huida. Al mismo tiempo, el
cuerpo parece paralizarse, aunque sólo sea un instante, para calibrar, tal vez,
si el hecho de ocultarse pudiera ser una respuesta más adecuada. Las conexiones
nerviosas de los centros emocionales del cerebro desencadenan también una
respuesta hormonal que pone al cuerpo en estado de alerta general, sumiéndolo
en la inquietud y predisponiéndolo para la acción, mientras la atención se fija
en la amenaza inmediata con el fin de evaluar la respuesta más apropiada.
·
Uno de los principales cambios
biológicos producidos por la felicidad
consiste en el aumento en la actividad de un centro cerebral que se encarga de
inhibir los sentimientos negativos y de aquietar los estados que generan
preocupación, al mismo tiempo que aumenta el caudal de energía disponible. En
este caso no hay un cambio fisiológico especial salvo, quizás, una sensación de
tranquilidad que hace que el cuerpo se recupere más rápidamente de la
excitación biológica provocada por las emociones perturbadoras. Esta condición
proporciona al cuerpo un reposo, un entusiasmo y una disponibilidad para
afrontar cualquier tarea que se esté llevando a cabo y fomentar también, de
este modo, la consecución de una amplia variedad de objetivos.
·
El amor, los
sentimientos de ternura y la satisfacción sexual activan el sistema nervioso
parasimpático (el opuesto fisiológico de la respuesta de «lucha-o-huida» propia
del miedo y de la ira). La pauta de reacción parasimpática —ligada a la
«respuesta de relajación»— engloba un amplio conjunto de reacciones que
implican a todo el cuerpo y que dan lugar a un estado de calma y satisfacción
que favorece la convivencia.
NUESTRAS
DOS MENTES
En un
sentido muy real, todos nosotros tenemos dos mentes, una mente que
piensa y otra mente que siente, y estas dos formas fundamentales de
conocimiento interactúan para construir nuestra vida mental. Una de ellas es la
mente racional, la modalidad de comprensión de la que solemos ser conscientes,
más despierta, más pensativa, más capaz de ponderar y de reflexionar. El otro
tipo de conocimiento, más impulsivo y más poderoso —aunque a veces ilógico—, es
la mente emocional.
La mayor
parte del
tiempo, estas dos mentes —la mente emocional y la mente racional— operan en
estrecha colaboración, entrelazando sus distintas formas de conocimiento para
guiarnos adecuadamente a través del mundo. Habitualmente existe un equilibrio
entre la mente emocional y la mente racional, un equilibrio en el que la emoción alimenta y da forma a las
operaciones de la mente racional y la mente racional ajusta y a veces
censura las entradas procedentes de las emociones.
Pero, cuando
aparecen las pasiones, el equilibrio se rompe y la mente emocional desborda y
secuestra a la mente racional.
EL CENTRO OLFATORIO:
RAÍZ EMOCIONAL
La raíz
más primitiva de nuestra vida emocional radica en el sentido del olfato o, más
precisamente, en el lóbulo olfatorio, ese conglomerado celular que se ocupa de
registrar y analizar los olores. En aquellos tiempos remotos el olfato fue un
órgano sensorial clave para la supervivencia, porque cada entidad viva, ya sea
alimento, veneno, pareja sexual, predador o presa, posee una identificación
molecular característica que puede ser transportada por el viento.
A partir del lóbulo olfatorio comenzaron
a desarrollarse los centros más antiguos de la vida emocional, que luego fueron
evolucionando hasta terminar recubriendo por completo la parte superior del
tallo encefálico. En esos estadios rudimentarios, el centro olfatorio estaba
compuesto de unos pocos estratos neuronales especializados en analizar los
olores. Un estrato celular se encargaba de registrar el olor y de clasificarlo
en unas pocas categorías relevantes (comestible, tóxico, sexualmente
disponible, enemigo o alimento) y un segundo estrato enviaba respuestas
reflejas a través del sistema nervioso ordenando al cuerpo las acciones que
debía llevar a cabo (comer, vomitar, aproximarse, escapar o cazar).
Con la aparición de los primeros
mamíferos emergieron también nuevos estratos fundamentales en el cerebro
emocional. Estos estratos rodearon al tallo encefálico a modo de una rosquilla
en cuyo hueco se aloja el tallo encefálico. A esta parte del cerebro que
envuelve y rodea al tallo encefálico se le denominó sistema «límbico», un
término derivado del latín limbus, que significa «anillo». Este nuevo territorio neural agregó las emociones
propiamente dichas al repertorio de respuestas del cerebro.”
Cuando estamos atrapados por el deseo o
la rabia, cuando el amor nos enloquece o el miedo nos hace retroceder, nos
hallamos, en realidad, bajo la influencia del sistema límbico.
La
evolución del sistema límbico puso a punto dos poderosas herramientas: el
aprendizaje y la memoria, dos avances realmente revolucionarios que permitieron
ir más allá de las reacciones automáticas predeterminadas y afinar las
respuestas para adaptarlas a las cambiantes exigencias del medio, favoreciendo
así una toma de decisiones mucho más inteligente para la supervivencia
SURGE EL NEOCÓRTEX
Hace unos cien millones de años, el
cerebro de los mamíferos experimentó una transformación radical que supuso otro
extraordinario paso adelante en el desarrollo del intelecto, y sobre el delgado
córtex de dos estratos se asentaron los nuevos estratos de células cerebrales
que terminaron configurando el neocórtex (la región que planifica, comprende lo
que se siente y coordina los movimientos).
El neocórtex del Homo sapiens, mucho
mayor que el de cualquier otra especie, ha traído consigo todo lo que es
característicamente humano. El neocórtex es el asiento del pensamiento y de los
centros que integran y procesan los datos registrados por los sentidos. Y
también agregó al sentimiento nuestra reflexión sobre él y nos permitió tener sentimientos
sobre las ideas, el arte, los símbolos y las imágenes.
A lo largo de la evolución, el neocórtex
permitió un ajuste fino que sin duda habría de suponer una enorme ventaja en la
capacidad del individuo para superar las adversidades, haciendo más probable la
transmisión a la descendencia de los genes que contenían la misma configuración
neuronal. La supervivencia de nuestra especie debe mucho al talento del
neocórtex para la estrategia, la planificación a largo plazo y otras
estrategias mentales, y de él proceden también sus frutos más maduros: el arte,
la civilización y la cultura.
LA
AMÍGDALA: SEDE DE TODAS LAS PASIONES
La amígdala
del ser humano es una estructura relativamente grande en comparación con la de
nuestros parientes evolutivos, los primates. Existen, en realidad, dos
amígdalas que constituyen un conglomerado de estructuras interconectadas en
forma de almendra (de ahí su nombre, un término que se deriva del vocablo
griego que significa «almendra»), y
se hallan encima del tallo encefálico, cerca de la base del anillo limbico,
ligeramente desplazadas hacia delante.
El hipocampo y la amígdala fueron dos
piezas clave del primitivo «cerebro olfativo» que, a lo largo del proceso
evolutivo, terminó dando origen al córtex y posteriormente al neocórtex. La
amígdala está especializada en las cuestiones emocionales y en la actualidad se
considera como una estructura limbica muy ligada a los procesos del aprendizaje y la memoria. La interrupción de las conexiones existentes entre la
amígdala y el resto del cerebro provoca una asombrosa ineptitud para calibrar
el significado emocional de los acontecimientos, una condición que a veces se
llama «ceguera afectiva».
A
falta de toda carga emocional, los encuentros interpersonales pierden todo su
sentido. Un joven cuya amígdala se
extirpó quirúrgicamente para evitar que sufriera ataques graves perdió todo
interés en las personas y prefería sentarse a solas, ajeno a todo contacto
humano. Seguía siendo perfectamente capaz de mantener una conversación, pero ya
no podía reconocer a sus amigos íntimos, a sus parientes ni siquiera a su misma
madre, y permanecía completamente impasible ante la angustia que les producía
su indiferencia. La ausencia funcional de la amígdala parecía impedirle todo
reconocimiento de los sentimientos y todo sentimiento sobre sus propios
sentimientos.
La
amígdala puede albergar y activar repertorios de recuerdos y de respuestas que
llevamos a cabo sin que nos demos cuenta del motivo por el que lo hacemos,
porque el atajo que va del tálamo a la amígdala deja completamente de lado al
neocórtex. Este atajo permite que la amígdala sea una especie de almacén de las
impresiones y los recuerdos emocionales de los que nunca hemos sido plena. Una
señal visual va de la retina al tálamo, en donde se traduce al lenguaje del
cerebro. La mayor parte de este mensaje va después al cortex visual, en donde
se analiza y evalúa en busca de su significado para emitir la respuesta
apropiada.
En
el caso del secuestro emocional se
implican dos dinámicas distintas: la activación de la amígdala y el fracaso en
activar los procesos neocorticales que suelen mantener equilibradas nuestras
respuestas emocionales. En esos momentos, la mente racional se ve desbordada
por la mente emocional y lo mismo ocurre con la función del córtex prefrontal como un gestor eficaz
de las emociones sopesando las reacciones antes de actuar y amortiguando las
señales de activación enviadas por la amígdala
y otros centros límbicos
ARMONIZAR
LA EMOCIÓN Y EL PENSAMIENTO
Las conexiones existentes entre la amígdala (y las estructuras límbicas
relacionadas con ella) y el neocórtex
constituyen el centro de gravedad de las luchas y de los tratados de
cooperación existentes entre el corazón
y la cabeza, entre los pensamientos
y los sentimientos. Esta vía nerviosa, en suma, explicaría el motivo por el
cual la emoción es algo tan fundamental para pensar eficazmente, tanto para tomar
decisiones inteligentes como para permitimos simplemente pensar con claridad.
En cierto modo, tenemos dos cerebros y
dos clases diferentes de inteligencia: la inteligencia
racional y la inteligencia emocional
y nuestro funcionamiento en la vida está determinado por ambos. Por ello no
es el CI lo único que debemos tener en cuenta, sino que también deberemos
considerar la inteligencia emocional. De hecho, el intelecto no puede funcionar
adecuadamente sin el concurso de la inteligencia emocional, y la adecuada
complementación entre el sistema límbico y el neocórtex, entre la amígdala y
los lóbulos prefrontales, exige la participación armónica entre ambos. Sólo
entonces podremos hablar con propiedad de inteligencia emocional y de capacidad
intelectual.
CUANDO EL CI NO ES TODO
Hasta las personas más descollantes y
con un CI más elevado pueden ser pésimos timoneles de su vida y llegar a
zozobrar en los escollos de las pasiones desenfrenadas y los impulsos ingobernables.
Existen muchas más excepciones a la
regla de que el CI predice del éxito en la vida que situaciones que se adapten
a la norma. En el mejor de los casos, el CI parece aportar tan sólo un 20% de
los factores determinantes del éxito (lo cual supone que el 80% restante
depende de otra clase de factores). Como ha subrayado un observador: «en última
instancia, la mayor parte de los elementos que determinan el logro de una mejor
o peor posición social no tienen que ver tanto con el CI como con factores
tales como la clase social o la suerte».
No
obstante, aunque un elevado CI no constituya la menor garantía de prosperidad,
prestigio ni felicidad, nuestras escuelas y nuestra cultura, en general,
siguen insistiendo en el desarrollo de las habilidades académicas en detrimento
de la inteligencia emocional, de ese conjunto de rasgos —que algunos llaman carácter — que tan decisivo resulta
para nuestro destino personal.
Al igual que ocurre con la lectura o con
las matemáticas, por ejemplo, la Vida emocional constituye un ámbito —que
incluye un determinado conjunto de habilidades— que puede dominarse con mayor o
menor pericia. Y el grado de dominio que
alcance una persona sobre estas habilidades resulta decisivo para determinar el
motivo por el cual ciertos individuos prosperan en la vida mientras que otros,
con un nivel intelectual similar, acaban en un callejón sin salida. La
competencia emocional constituye, en suma, una meta-habilidad que determina el
grado de destreza que alcanzaremos en el dominio de todas nuestras otras
facultades (entre las cuales se incluye el intelecto puro).
Como
dice Howard Gardner, deberíamos invertir menos tiempo en clasificar a los niños
y ayudarles más a identificar y a cultivar sus habilidades y sus dones
naturales. Existen miles de formas de alcanzar el éxito y multitud de
habilidades diferentes que pueden ayudamos a conseguirlo.
A lo largo del tiempo, el concepto de
inteligencias múltiples de Gardner ha seguido evolucionando y. a los diez años
de la publicación de su primera teoría, Gardner nos brinda esta breve
definición de las inteligencias
personales:
«La inteligencia interpersonal consiste en la
capacidad de comprender a los demás: cuáles son las cosas que más les motivan,
cómo trabajan y la mejor forma de cooperar con ellos. Los vendedores, los
políticos, los maestros, los médicos y los dirigentes religiosos de éxito
tienden a ser individuos con un alto grado de inteligencia interpersonal. La
inteligencia intrapersonal por su parte, constituye una habilidad correlativa
—vuelta hacia el interior— que nos permite configurar una imagen exacta y
verdadera de nosotros mismos y que nos hace capaces de utilizar esa imagen para
actuar en la vida de un modo más eficaz.»
LA INTELIGENCIA INTERPERSONAL
La definición de
Salovey subsume a las inteligencias personales de Gardner y las organiza hasta
llegar a abarcar cinco competencias principales:
1. El conocimiento de las propias emociones. El
conocimiento de uno mismo, es decir, la capacidad de reconocer un sentimiento
en el mismo momento en que aparece, constituye la piedra angular de la
inteligencia emocional. Como veremos en el capítulo 4, la capacidad de seguir
momento a momento nuestros sentimientos resulta crucial para la introvisión
psicológica y para la comprensión de uno mismo. Por otro lado, la incapacidad
de percibir nuestros verdaderos sentimientos nos deja completamente a su
merced. Las personas que tienen una mayor certeza de sus emociones suelen dirigir
mejor sus vidas, ya que tienen un conocimiento seguro de cuáles son sus
sentimientos reales, por ejemplo, a la hora de decidir con quién casarse o qué
profesión elegir.
2. La
capacidad de controlar las emociones. La conciencia de uno mismo es una
habilidad básica que nos permite controlar nuestros sentimientos y adecuarlos
al momento. En el capítulo 5 examinaremos la capacidad de tranquilizarse a uno
mismo, de desembarazarse de la ansiedad, de la tristeza, de la irritabilidad
exageradas y de las consecuencias que acarrea su ausencia. Las personas que
carecen de esta habilidad tienen que batallar constantemente con las tensiones
desagradables mientras que, por el contrario, quienes destacan en el ejercicio
de esta capacidad se recuperan mucho más rápidamente de los reveses y
contratiempos de la vida.
3. La capacidad de motivarse uno mismo. Como
veremos en el capítulo 6, el control de la vida emocional y su subordinación a
un objetivo resulta esencial para espolear y mantener la atencion, la
motivación y la creatividad. El autocontrol emocional —la capacidad de demorar
la gratificación y sofocar la impulsividad— constituye un imponderable que
subyace a todo logro. Y si somos capaces de sumergimos en el estado de «flujo»
estaremos más capacitados para lograr resultados sobresalientes en cualquier
área de la vida. Las personas que tienen esta habilidad suelen ser más
productivas y eficaces en todas las empresas que acometen.
4 .El
reconocimiento de las emociones ajenas. La empatía, otra capacidad que se asienta en la conciencia emocional
de uno mismo, constituye la «habilidad
popular» fundamental. En el capítulo
7 examinaremos las raíces de la empatía, el coste social de la falta de armonía
emocional y las razones por las cuales la empatía puede prender la llama del
altruismo. Las personas empáticas suelen sintonizar con las señales sociales
sutiles que indican qué necesitan o qué quieren los demás y esta capacidad las
hace más aptas para el desempeño de vocaciones tales como las profesiones
sanitarias, la docencia, las ventas y la dirección de empresas.
5. El control de las relaciones. El arte de las relaciones se
basa, en buena medida, en la habilidad para relacionarnos adecuadamente con las
emociones ajenas. En el capitulo 8 revisaremos la competencia o la incompetencia
social y las habilidades concretas involucradas en esta facultad. Éstas son las
habilidades que subyacen a la popularidad, el liderazgo y la eficacia
interpersonal. Las personas que sobresalen en este tipo de habilidades suelen
ser auténticas «estrellas» que tienen éxito en todas las actividades vinculadas
a la relación interpersonal.
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