Fuente: La Nación
Facundo manes es un prestigioso científico dedicado a las neurociencias. En este artículo expone y reflexiona desde los ámbitos de las neurociencias y de la ética sobre un "orgullo" cultural común e histórico en toda Latinoamérica tal es: la viveza criolla.
¿VIVEZA CRIOLLA?
En nuestro
país existe una rara calificación que se utiliza para darnos corte de cierta
cualidad excepcional: la viveza criolla. Quizá la más ajustada descripción para este carácter sea la
capacidad intuitiva e inmediata para darse cuenta de cómo son las cosas, para
tomar decisiones a partir de eso y para, así, sacar ventaja por sobre los
demás. Justamente, referido a esto último, es raro que la viveza criolla sea
pensada como una acción que impactará favorablemente sobre un universo
colectivo. La llamada "viveza criolla", entonces, refiere a la
cualidad de una persona capaz de encontrar y tomar atajos para
llegar a su meta antes que los otros.
A
propósito de "atajo", entre sus acepciones, la más conocida es
aquella que representa la abreviación del camino en sí. Pero hay una, ligada a
una práctica específica como es el esgrima, que se define como una "treta
para herir al adversario por el camino más corto esquivando la defensa".
Eso mismo parece ser lo preponderante de la viveza criolla: cómo hacer algo de
la manera más sencilla posible sin que exista resistencia, porque el otro no lo
esperaba o porque "se comió todos los amagos". Justamente el amago es
una impostura, parecer una cosa y ser la otra, engañar. La viveza criolla
encuentra su arma principal ahí mismo: en el engaño.
Lo primero que podríamos preguntarnos es si verdaderamente la
viveza es criolla. Debemos decir que el arte del engaño no es diferencialmente
argentino ni de otra nacionalidad o cultura en particular, sino, más bien,
común a la especie humana.
INTERPRETACIÓN
DESDE LAS NEUROCIENCIAS: AUTOENGAÑO
Desde el
punto de vista de nuestro funcionamiento cognitivo, sorprendentemente, mentir
es un proceso muy complejo y exigente. Ocultar o exagerar la verdad, inventar
una excusa o perpetrar un engaño no son tareas sencillas. Mentir implica,
aunque parezca curioso, un esfuerzo mucho mayor que decir la verdad. La viveza
criolla, entonces, tan emparentada con el arte del engaño, no es un valor que
está ligado a la falta de esfuerzo, sino a la de escrúpulos. Muchas veces se
considera un vivo al que no quiere trabajar y busca las mil y una tretas para
lograrlo. Pero, si lo pensamos bien, esa búsqueda probablemente le haya ocupado
más energía que el cumplimiento responsable de su tarea.
Encadenado a esto, el vivo puede tener una actuación doblemente
engañosa (el engaño del engaño). A menudo imaginamos la idea de la mentira
relacionada con otra persona. Pero también uno puede mentirse a sí mismo. Robert
Trivers, reconocido biólogo que, entre otras cosas, se ha dedicado a estudiar
la perspectiva evolutiva del engaño, sostiene que tan importante como la
mentira es el autoengaño. Las formas más comunes de engañarse a sí mismo tienen
que ver con la racionalización de una situación para convencerse de que una
mentira es verdad, con atender intencionalmente a sólo una parte de la
información disponible y negar otra o con alterar ciertos detalles de los
recuerdos. Según Trivers, estos autoengaños tienen varias ventajas, una de las
cuales es que evita poner en funcionamiento todas aquellas capacidades
complejas que demandaban tanto gasto de energía al cerebro durante el estado
previo. Además, si se cree en aquello que no es cierto, muy probablemente será
mucho más fácil convencer a otra persona. Incluso, el auto-engaño puede ayudar
a convencerse a sí mismo de que se es mejor.
¿HABILIDAD
MENTAL?
¿Es la
viveza criolla verdaderamente una viveza? Más allá de que las definiciones que
hace la ciencia sobre la inteligencia son variadas, podemos exponer aquí dos en
particular: una tiene que ver con la eficaz adaptación al medio, y otra, con
generar soluciones novedosas a los problemas. También la ciencia llegó a la
conclusión de que cuando uno trabaja con otros, la inteligencia individual se
expande. El vivo representa entonces una versión rudimentaria del inteligente,
ya que se adapta al medio y logra un truco eficaz. Como expresó Marco Denevi,
viveza es "la habilidad mental para manejar los efectos de un problema sin
resolver el problema". Logra, en realidad, una ventaja inmediata y de
corto plazo, una victoria pírrica. La viveza es una inteligencia de patas
cortas.
SIN MORAL
Pongamos
un ejemplo cotidiano: se produce un embotellamiento en una ruta, todos los
automovilistas se ponen nerviosos por el tiempo de espera y el vivo aparece
transitando por la banquina, lo que le permite eludir "su" trastorno.
Primera cuestión a considerar: esa acción está prohibida por las normas
públicas porque no es el uso adecuado ni conveniente de la banquina y probablemente
genere un accidente para sí mismo, para otro o la imposibilidad de circulación
de alguien que realmente lo necesite; segunda cuestión: en algún momento ese
auto que se adelantó va a necesitar volver a entrar a la ruta y va a generar un
nuevo y mayor perjuicio para los otros que se quedaron esperando. Como decía
Denevi, el vivo no buscó una solución duradera y colectiva del problema, sino
un atajo para lograr su solución mezquina. Veamos otro ejemplo parecido (pero
peor): en medio de un tránsito dificultoso por una avenida, una ambulancia se
abre camino con su sirena. Los autos dan paso para que la emergencia pueda ser
atendida. Pero, detrás de la ambulancia, el vivo se cuela aprovechando el
camino que abre la desgracia ajena. Como se ve, la viveza suele estar teñida
muchas veces de caranchismo.
Muchos investigadores postulan que una de las características
que presionaron evolutivamente para hacer del cerebro humano algo tan complejo
es la capacidad de engaño táctico. Ahora bien, esta capacidad natural, como
tantas otras, puede entrar en conflicto con otras capacidades también muy
humanas: la moral, por ejemplo, pero también la calidad de la interacción con
el otro o la de ver el largo plazo.
Tenemos
una responsabilidad colectiva sobre esto y es bueno reflexionar sobre nuestra
manera de ser y de actuar. Muchas veces nuestra sociedad considera una virtud
preponderante en un líder la viveza de trampear las reglas, decir una cosa y
actuar de la manera contraria, provocar y aprovechar la zancadilla del oponente.
Debemos tener en cuenta, más bien, que los más eminentes próceres de nuestra
historia fueron líderes que no tomaron atajos. La Argentina de la viveza
criolla se vuelve dramáticamente representada desde hace décadas en el
diputrucho, en el despilfarro, en la evasión de impuestos, en el uso clientelar
del Estado, en la vista gorda a la corrupción cuando hay un veranito económico,
en el hambre en un país que genera alimentos para varias Argentinas, en el
desmedro de la excelencia, del esfuerzo, del conocimiento.