Fuente y extracto: Inteligencia Emocional
CONÓCETE A TI MISMO
Según cuenta un viejo relato japonés, en cierta ocasión, un belicoso
samurai desafió a un anciano maestro zen a que le explicara los conceptos de
cielo e infierno. Pero el monje replicó con desprecio:
—¡No eres
más que un patán y no puedo malgastar mi tiempo con tus tonterías!
El
samurai, herido en su honor, montó en cólera y. desenvainando la espada,
exclamó:
—Tu
impertinencia te costará la vida.
—¡Eso
—replicó entonces el maestro— es el infierno!
Conmovido por la exactitud de las palabras del maestro sobre la cólera
que le estaba atenazando, el samurai se calmó, envainó la espada y se postró
ante él, agradecido.
—¡Y eso
—concluyó entonces el maestro—, eso es el cielo!
A primera vista tal vez pensemos
que nuestros sentimientos son evidentes, pero una reflexión más cuidadosa nos
recordará las muchas ocasiones en las que realmente no hemos reparado —o hemos
reparado demasiado tarde— en lo que sentíamos con respecto a algo.
Los psicólogos utilizan el
engorroso término metafórico cognición para hablar de la conciencia de los
procesos del pensamiento y el de metaestado para referirse a la conciencia de
las propias emociones.
Yo, por mi parte, prefiero la
expresión conciencia de uno mismo,
la atención continua a los propios estados internos. Esa conciencia
autorreflexiva en la que la mente se ocupa de observar e investigar la
experiencia misma, incluidas las emociones: Esta cualidad en la que la atención
admite de manera imparcial y no reactiva todo cuanto discurre por la
conciencia, como si se tratara de un testigo, se asemeja al tipo de atención
que Freud recomendaba a quienes querían dedicarse al psicoanálisis, la llamada
«atención neutra flotante».
Ser consciente de uno mismo
significa «ser consciente de nuestros estados de ánimo y de los pensamientos
que tenemos acerca de esos estados de ánimo»
Existen varios estilos
diferentes de personas en cuanto a la forma de atender o tratar con sus
emociones:
• La persona consciente de si misma. Como es comprensible, la persona
que es consciente de sus estados de ánimo mientras los está experimentando goza
de una vida emocional más desarrollada. Son personas cuya claridad emocional
impregna todas las facetas de su personalidad; personas autónomas y seguras de
sus propias fronteras; personas psicológicamente sanas que tienden a tener una
visión positiva de la vida; personas que, cuando caen en un estado de ánimo
negativo, no le dan vueltas obsesivamente y, en consecuencia, no tardan en
salir de él. Su atención, en suma, les ayuda a controlar sus emociones.
• Las personas atrapadas en sus emociones. Son personas que suelen
sentirse desbordadas por sus emociones y que son incapaces de escapar de ellas,
como si fueran esclavos de sus estados de ánimo. Son personas muy volubles y no
muy conscientes de sus sentimientos, y esa misma falta de perspectiva les hace
sentirse abrumados y perdidos en las emociones y, en consecuencia, sienten que
no pueden controlar su vida emocional y no tratan de escapar de los estados de
ánimo negativos.
• Las personas que aceptan resignadamente sus emociones. Son personas
que, si bien suelen percibir con claridad lo que están sintiendo, también
tienden a aceptar pasivamente sus estados de ánimo y, por ello mismo, no suelen
tratar de cambiarlos. Parece haber dos tipos de aceptadores, los que suelen
estar de buen humor y se hallan poco motivados para cambiar su estado de ánimo
y los que, a pesar de su claridad, son proclives a los estados de ánimo
negativos y los aceptan con una actitud de laissez-faire
que les lleva a no tratar de cambiarlos a pesar de la molestia que suponen (una
pauta que suele encontrarse entre aquellas personas deprimidas que están
resignadas con la situación en que se encuentran).
La conciencia de uno mismo —la facultad que trata de fortalecer la
psicoterapia— es fundamental para la introspección psicológica. De hecho, el
modelo de la inteligencia intrapsíquica que sigue Howard Gardner es el
propuesto por Sigmund Freud, el gran cartógrafo de la dinámica oculta del psiquismo.
ESCLAVOS
DE LA PASIÓN
Tú has sido...
un hombre capaz de aceptar con igual semblante los premios y los reveses de
Fortuna...
Dame a un hombre que no sea esclavo de sus pasiones y lo colocaré en el centro
de mi corazón, ¡ay! en el corazón de mi corazón.
Como hago contigo...
Hamlet a
su amigo Horacio
La vida está sembrada de
altibajos, pero nosotros debemos aprender a mantener el equilibrio. En última instancia, en las cuestiones del corazón es
la adecuada proporción entre las emociones negativas y las positivas la que
determina nuestra sensación de bienestar.
Llegar a dominar las emociones
constituye una tarea tan ardua que requiere una dedicación completa y es por
ello por lo que la mayor parte de nosotros sólo podemos tratar de controlar —en
nuestro tiempo libre— el estado de ánimo que nos embarga. Todo lo que hacemos,
desde leer una novela o ver la televisión, hasta las actividades y los amigos
que elegimos, no son más que intentos de llegar a sentirnos mejor. El arte de
calmarse a uno mismo constituye una habilidad vital fundamental, y algunos
intérpretes del pensamiento psicoanalítico, como, por ejemplo, John Bowlby y
D.W. Winnicott consideran que se trata del más fundamental de los recursos
psicológicos
El diseño
del cerebro pone de manifiesto que tenemos escaso o ningún control con respecto
al momento en que nos veremos arrastrados por una emoción y que tampoco
disponemos de mucho margen de maniobra sobre el tipo de emoción que nos
aquejará. Lo que tal vez si se halla en nuestra mano es el tiempo que
permanecerá una determinada emoción.
Pero cuando se trata de superar un tipo más habitual de estados
negativos sólo contamos con nuestros propios recursos.
Como ha señalado Diane Tice,
psicóloga de la Case Western Reserve University que interrogó a más de
cuatrocientas personas sobre las diferentes estrategias que utilizaban para
superar los estados de ánimo angustiantes y sobre el grado de éxito que éstas
les procuraban, estos recursos no siempre se mostraron lo suficientemente
eficaces.
ANATOMIA DEL ENOJO
Existen, claro está, diferentes tipos de enfado.
Es muy probable que la amígdala sea
el principal asiento del súbito chispazo de ira que experimentamos hacia el
conductor cuya falta de atención ha puesto en peligro nuestra seguridad. Pero,
en el otro extremo del circuito emocional, el neocórtex tiende a fomentar un
tipo de enfados más calculados, como la venganza fría o las reacciones que
suscitan la infidelidad y la injusticia.
La gente, por ejemplo, suele
pensar que la ira es ingobernable y que, en todo caso, no debiera ser controlada
o que una descarga «catártica» puede ser sumamente liberadora. El punto de
vista opuesto —que quizá constituya una reacción ante el desolador panorama que
nos brindan las actitudes recién mencionadas—, sostiene, por el contrario, que
el enfado puede ser totalmente evitado. Pero una lectura atenta de los
descubrimientos realizados por la investigación de Tice nos sugiere que este
tipo de actitudes habituales hacia el enfado no sólo están equivocadas sino que
son francas supersticiones.
Los pensamientos
obsesivos son la leña que alimenta el fuego de la ira, un fuego que sólo podrá
extinguirse contemplando las cosas desde un punto de vista diferente. Como ha
puesto de manifiesto la investigación realizada por Tice, uno de los remedios
más poderosos para acabar con el enfado consiste en volver a encuadrar la
situación en un marco más positivo.
Si tenemos en cuenta que la raíz
de la cólera se asienta en la vertiente beligerante de la respuesta de
lucha-o-huida, no es de extrañar que Zillman concluya que el detonante
universal del enfado sea la sensación de hallarse
amenazado.
EL ENOJO SE
CONSTRUYE SOBRE EL ENOJO
La investigación realizada por Zillman parece explicar la
dinámica inherente a un drama familiar doméstico del que fui testigo cierto día
que me hallaba de compras en el supermercado. Al otro extremo del pasillo podía
oírse el tono mesurado y amable de una joven madre que se dirigía a su hijo con
un escueto.
—Devuelve... eso... a su sitio.
—Pero yo lo quiero —gimoteaba el pequeño, aferrándose con
más fuerza a la caja de cereales con la imagen de las Tortugas Ninja.
—Ponlo en su sitio —dijo la madre con un tono de voz que
comenzaba a traslucir una cierta irritación.
En aquel momento, una niña más pequeña, que iba sentada
en el asiento del carro, tiró al suelo el tarro de gelatina que estaba
mordisqueando y, al derramarse por el suelo, la madre comenzó a vociferar.
—¡Toma! —dijo furiosa mientras le daba un bofetón.
Zilíman ha descubierto que cuando
el cuerpo se encuentra en un estado de irritabilidad —como ocurría, por
ejemplo, en el caso de esta madre— y algo suscita un secuestro emocional, la
emoción subsecuente, sea de enfado o ansiedad, revestirá una intensidad
especial. Y ésta es la dinámica que invariablemente se pone en funcionamiento
cuando alguien se irrita. Zillman considera la escalada del enfado como «una secuencia de provocaciones, cada una de
las cuales suscita una reacción de excitación que tiende a disiparse muy
lentamente».
De este modo, el enfado se
construye sobre el enfado al tiempo que la temperatura de nuestro cerebro
emocional va aumentando. Para ese entonces, la ira, ante la que nuestra razón se muestra impotente, desembocará
fácilmente en un estallido de violencia.
EL ENFRIAMIENTO
El análisis realizado por
Zillmann sobre los mecanismos que contribuyen a incrementar o disminuir la
irritación nos brinda una explicación a buena parte de los descubrimientos
realizados por Diane Tice acerca de las estrategias que la gente suele emplear
para aliviar el enfado. Una de tales estrategias —claramente eficaz— consiste
en retirarse y quedarse a solas mientras tiene lugar el proceso de
enfriamiento. Para la gran mayoría de los varones esto se traduce en dar un
paseo en automóvil, una actividad que concede una tregua mientras uno conduce.
Quizás una alternativa
más saludable sea la de dar una larga caminata. El ejercicio activo contribuye
a dominar el enfado y lo mismo puede decirse de los métodos de relajación,
como, por ejemplo, la respiración profunda y la distensión muscular porque
estos ejercicios permiten aliviar la elevada excitación fisiológica provocada
por el enfado y propiciar un estado de menor excitación y también obviamente
porque así uno se distrae del estímulo que suscitó el enfado. El ejercicio
activo puede servir además para disminuir el enfado por una razón similar ya
que, después del alto nivel de activación fisiológica suscitado por el
ejercicio, el cuerpo vuelve naturalmente a un nivel de menor excitación.
Pero el período de enfriamiento
no será de ninguna utilidad si lo empleamos en seguir alimentando la cadena de
pensamientos irritantes, ya que cada uno de éstos constituye, por sí mismo, un
pequeño detonante que hace posibles nuevos brotes de cólera. El poder sedante
de la distracción reside precisamente en poner fin a la cadena de pensamientos
irritantes.
Una de sus recomendaciones
consiste en que la persona aprenda a utilizar la conciencia de si mismo para
darse cuenta de los pensamientos irritantes o cínicos en el mismo momento en
que aparecen y, seguidamente, registrarlos por escrito. Cuando los pensamientos
irritantes se han detectado de este modo, pueden afrontarse y considerarse
desde una perspectiva más adecuada.
LA FALACIA DE LA
CATARSIS
La catarsis —el hecho de dar rienda suelta a nuestro enfado— se
ensalza a veces como un modo adecuado de manejar la irritación.
La opinión popular sostiene que
«eso te hace sentir mejor» pero, tal como nos sugieren los descubrimientos
realizados por Zillmann, existe un poderoso argumento en contra de la catarsis,
un argumento que comenzó a elaborarse a partir de la década de los cincuenta
cuando los psicólogos comprobaron experimentalmente los efectos de la catarsis
y descubrieron que el hecho de airear el enfado de poco o nada sirve para
mitigarlo.
Como escuché en cierta
ocasión, al maestro tibetano Chogyam Trungpa cuando se le preguntó por el mejor
modo de relacionarse con el enfado:
«Ni lo reprimas ni te dejes arrastrar por él».
ACTIVIDAD FÍSICA
PARA ELEVAR EL ESTADO DE ÁNIMO
La idea de que «el llanto es
bueno» resulta un tanto equívoca porque, cuando refuerza el ciclo de
pensamientos obsesivos, sólo sirve para prolongar el sufrimiento. La
distracción, en cambio, es capaz de romper la cadena de pensamientos sombríos
que sostiene a la depresión.
Wenzlaff añade que las
distracciones más eficaces son aquéllas que pueden cambiar nuestro estado de
ánimo como, por ejemplo, un apasionante acontecimiento deportivo, una película
divertida o un libro interesante.
Según Tice, el aerobic es una de las tácticas más
eficaces para sacudirse de encima tanto la depresión leve como otros estados de
ánimo negativos. Pero el caso es que los beneficios derivados de este elevador
del estado de ánimo resultan más palpables en las personas perezosas, es decir,
en aquéllas que no suelen practicar este tipo de ejercicios. Quienes se atienen
a una rutina diaria de ejercicio físico obtienen, por el contrario, más
beneficios de este tipo antes de llegar a consolidar el hábito. De hecho,
quienes practican habitualmente un deporte obtienen el efecto inverso sobre el
estado de ánimo y se sienten peor en aquellos días en los que se saltan su
rutina. La eficacia del ejercicio parece radicar en su poder para cambiar la
condición fisiológica provocada por el estado de ánimo: la depresión constituye
un estado de baja activación mientras que el aerobic, en cambio, eleva el tono
corporal.
LA APTITUD MAESTRA
Lo que parece diferenciar a
quienes se encuentran en la cúspide de su carrera de aquéllos otros que,
teniendo una capacidad similar, no alcanzan esa cota, radica en la práctica
ardua y rutinaria seguida a lo largo de años y años. Y esta perseverancia depende
fundamentalmente de factores emocionales, como
el entusiasmo y la tenacidad frente a todo tipo de contratiempos.
En resumen, una fuerte ética cultural de trabajo
se traduce en una mayor motivación, celo y perseverancia, un auténtico acicate
emocional.
La ansiedad entorpece de tal modo el funcionamiento del intelecto que
constituye un predictor casi seguro del fracaso en el entrenamiento o el
desempeño de una tarea compleja, intelectualmente exigente y tensa como la que
llevan a cabo, por ejemplo, los controladores de vuelo. Como ha demostrado un
estudio realizado sobre 1.790 estudiantes de control del tráfico aéreo, es muy
probable que los ansiosos terminen fracasando aunque sus puntuaciones en los
tests de inteligencia sean francamente elevadas.
ESTADOS DE ÁNIMO POSITIVOS
En cambio, quienes
controlan sus emociones pueden utilizar esa ansiedad anticipatoria —por
ejemplo, sobre un examen o una charla próxima— para motivarse a si mismos,
prepararse adecuadamente y, en consecuencia, hacerlo bien. Según afirma la
psicología, la representación gráfica de la relación existente entre la
ansiedad y el rendimiento —incluido el rendimiento mental— constituye una
especie de U invertida. En la cúspide de esta U invertida está la relación
óptima entre la ansiedad y el rendimiento, el mínimo nerviosismo que permite
alcanzar el máximo rendimiento. Pero muy poca ansiedad —la parte izquierda de
la U— genera apatía o muy poca motivación, mientras que el exceso de ansiedad
—la parte derecha de la U— sabotea todo intento de hacerlo bien.
Un estado ligeramente
eufórico —al que técnicamente se le denomina hipornania— parece óptimo para escritores y otro tipo de
profesiones creativas que exigen un pensamiento fluido e imaginativo, un estado
que se halla en la cúspide de la U invertida.
Pero cuando la euforia se
descontrola, como ocurre en la exaltación del estado de ánimo tornadizo del
maníaco-depresivo, se convierte en franca manía, un estado en el que la
agitación socava toda capacidad de pensar.
Los estados de ánimo
positivos aumentan la capacidad de pensar con flexibilidad y complejidad,
haciendo más fácil encontrar soluciones a los problemas, ya sean intelectuales
o interpersonales. Esto parece indicar que una forma de ayudar a alguien a
resolver un problema consiste en contarle un chiste. La risa, al igual que la
euforia, parece ampliar la perspectiva y, de ese modo, ayuda a la gente a
pensar con más amplitud y a asociar con mayor libertad, advirtiendo relaciones
que, de otra manera, podrían pasar inadvertidas, una habilidad mental importante,
no sólo para la creatividad sino también para el reconocimiento de las
relaciones complejas y la previsión de las consecuencias de una determinada
decisión.
APTITUD MAESTRA: EL ESTADO DE FLUJO
Un compositor describió así los momentos en los
que mejor trabajaba:
«Usted se
encuentra en un estado extático en el que se siente como si casi no existiera.
Así es como lo he experimentado yo en numerosas ocasiones. En esos casos, mis
manos parecen vacías de mí y yo no tengo nada que ver con lo que ocurre sino
que simplemente contemplo maravillado y respetuoso todo lo que sucede. Y eso es
algo que fluye por sí mismo.»
Esta descripción se asemeja
sorprendentemente a la de cientos de hombres y mujeres —alpinistas, campeones
de ajedrez, cirujanos, jugadores de baloncesto, ingenieros, ejecutivos e
incluso sacerdotes.
La capacidad de entrar en el
estado de «flujo» es el mejor ejemplo de la inteligencia emocional, un estado
que tal vez represente el grado superior de control de las emociones al
servicio del rendimiento y el aprendizaje. En ese estado las
emociones no se ven reprimidas ni canalizadas sino que, por el contrario, se
ven activadas, positivadas y alineadas con la tarea que estemos llevando a
cabo.
El rasgo distintivo de esta
experiencia extraordinaria es una sensación de alegría espontánea, incluso de
rapto. Es un estado en el que uno se siente tan bien que resulta
intrínsecamente recompensante, un estado en el que la gente se absorbe por
completo y presta una atención indivisa a lo que está haciendo y su conciencia se funde con su acción.
El «flujo» es un estado de olvido
de uno mismo, el opuesto de la reflexión y la preocupación, un estado en el que
la persona, en lugar de perderse en el desasosiego, se encuentra tan absorta en
la tarea que está llevando a cabo, que desaparece toda conciencia de sí mismo y
abandona hasta las más pequeñas preocupaciones de la vida cotidiana (salud, dinero
e incluso hasta el hecho de hacerlo bien).
Dicho de otro modo, los momentos de «flujo» son momentos en los que el
ego se halla completamente ausente.
Paradójicamente, sin embargo, las personas que
se hallan en este estado exhiben un control extraordinario sobre lo que están
haciendo y sus respuestas se ajustan perfectamente a las exigencias cambiantes
de la tarea. Y aunque el rendimiento de quienes se hallan en este estado es
extraordinario, en tales momentos la persona está completamente despreocupada
de lo que hace y su única motivación descansa en el mero gusto de hacerlo.
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